La Monarquía Hispánica tuvo un dominio sobre gran parte de los actuales Estados Unidos. La presencia real y la administración efectiva la ejerció en Florida, Texas, Nuevo México, sur de Arizona y California. También en parte de un inmenso territorio de fronteras difusas conocido como la Luisiana, situado en su mayor parte al oeste del río Misisipi. Esa presencia en Norteamérica duró más de tres siglos. Durante ese tiempo, los hispanos exploraron, colonizaron y llevaron su cultura, idioma y religión a aquellas tierras. También compartieron fronteras. De esto último hablaremos ahora.
La guerra de los Siete Años (1756-1763) se puede considerar como una primera guerra mundial, en realidad una serie de conflictos, en los que participaron casi todos los países europeos y se combatió por muchas partes del planeta. La parte que se desarrolló en América del Norte se la conoce como guerra Franco-India (French and Indian War) y estuvo motivada por las intenciones inglesas de expandir sus colonias a costa de los franceses. España entró en la guerra tarde y mal preparada de la mano de Francia y, en el tratado de París de 1763 que puso fin a las hostilidades, perdió la Florida Oriental y Occidental, que pasaron a manos británicas. Francia, que perdió Canadá y sus posesiones al este del Misisipi, cedió la Luisiana a España como compensación.
A pesar de la victoria, Gran Bretaña salió con la economía malparada y decidió subir los impuestos lo que, junto a restricciones al comercio impuestas por la metrópoli y deseos de libertad derivados de las ideas ilustradas, provocó un gran malestar en sus colonias americanas. Éste aumentó con la Proclamación Real (Royal Proclamation) de 1763, que prohibía la colonización al oeste de los montes Apalaches para evitar la despoblación en los establecimientos de la costa atlántica y los conflictos de los colonos con las tribus indígenas. Algunos de los que luego serían líderes rebeldes, como George Washington y Thomas Jefferson, habían explorado y adquirido en años anteriores miles de hectáreas en la parte superior del Potomac y el Ohio y en el oeste de Virginia. La prohibición dañaba sus intereses y derechos y fue un motivo importante para la insurrección, que finalmente se produjo en 1775. Francia y España apoyaron a los insurgentes.Tras muchos años de estériles negociaciones entre la corona española y el nuevo estado, finalmente se firmó el tratado de San Lorenzo de El Escorial en 1795, ratificado por George Washington y Carlos IV en 1796. En él se definió la frontera entre Estados Unidos y el norte de Florida. La frontera con Luisiana ya estaba en el río Misisipi. España cedió gran parte de lo ganado durante la guerra y se acordó la libre navegación por dicho río para estadounidenses y españoles.
Por el tercer tratado de San Ildefonso, España cedió Luisiana en 1803 a la Francia de Napoleón, quién de inmediato se la vendió a la joven nación. Según la diplomacia española, la venta de Luisiana fue nula de pleno derecho, al incumplir Napoleón las condiciones firmadas, que incluían la no enajenación del territorio a otro país que no fuera España. Pero nada pudo hacerse por evitarla.
En los siguientes años, la expansión norteamericana hacia el oeste provocó nuevas reclamaciones y conflictos territoriales con España. El tratado de Adams-Onís, llamado así por los representantes de cada país que llevaron las negociaciones, el secretario de Estado John Quincy Adams y Luis de Onís, representante de Fernando VII, firmado en 1819 y ratificado en 1821, estableció las nuevas fronteras entre ambas naciones. En vísperas de la independencia de México, todavía una gran parte de lo que hoy son los Estados Unidos se reconocía como territorio español. Pero para España fue el último capítulo de una historia que había empezado 300 años antes.Las fronteras acordadas en el Tratado de Adams-Onís (1819). |
Texto extraído y adaptado de Las raíces hispanas de los Estados Unidos por cortesía de la Asociación Cultural Héroes de Cavite.
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